Internacional, Sunday 5 de July de 2015
A los cinco años, Velería Cortés escapó del horror de la dictadura argentina exiliándose junto a su familia en Venezuela. Cuatro décadas después, llegada a la Franja de Gaza con más agallas que recursos.

Poco antes de que comience la campaña militar israelí, el 8 de julio de 2014, Valeria llegó a Gaza como voluntaria de la organización Brigadas Internacionales para trabajar en el Hospital Al Wafa, adonde asistió a pacientes en coma o paralizados hasta que un bombardeo israelí dejó el lugar "reducido a cenizas".

"Comenzaron a bombardear el hospital con nosotros adentro, con los pacientes paralizados a los que tuvimos que trasladar en las peores condiciones", dijo Cortés en declaraciones telefónicas a Télam desde Gaza.

Obligada a abandonar el centro médico por los intensos bombardeos, la argentina comenzó a trabajar con las ambulancias de Defensa Civil.

En la ambulancia no tenía otra función que la de "escudo humano", como dicen los palestinos, o "testigo" como prefiere decir ella. La cuestión era evitar que los vehículos que trasladaban a las víctimas fueran atacados y la única manera de hacerlo era que un extranjero se suba como "testigo disuasorio".

De esos días en la ambulancia, cuando salían a socorrer a las víctimas luego de los bombardeos aéreos, vienen los peores recuerdos y aparece la bronca y el enojo.
 

"Llegábamos a una casa y nos dábamos cuenta de que había niños porque veías sus juguetes o el cuarto pintado con motivos infantiles, y después empezaban a aparecer los cadáveres de los niños. ¡Cómo no sentir rabia!"
Valeria Cortés

"Llegábamos a una casa y nos dábamos cuenta de que había niños porque veías sus juguetes o el cuarto pintado con motivos infantiles, y después empezaban a aparecer los cadáveres de los niños. ¡Cómo no sentir rabia!", suelta angustiada Valeria.

"Aquí todos tienen un familiar asesinado, preso, lisiado, mutilado", agregó la activista, recordando el caso de cuatro hermanitos muertos en un bombardeo israelí mientras jugaban en la playa de Ciudad de Gaza.

A poco de cumplirse un año de la última ofensiva militar israelí, que dejó más de 2.000 palestinos muertos y 12.000 heridos de armas de guerra, la tarea de Valeria ha cambiado poco, igual que la vida de los palestinos.

Algunas veces acompaña a los campesinos a la cosecha para evitar que les disparen, otras hace reportes para ISM (Movimiento Internacional de Solidaridad), un grupo liderado por palestinos para apoyar la resistencia popular a la ocupación israelí.

"Si no hay extranjeros es muy normal que les disparen a los campesinos, a veces no a matar pero les disparan a las piernas o al tractor con el que trabajan, y para ellos es un drama porque reparar el tractor les sale un ojo de la cara; también les incendian las cosechas", se quejó la argentina.

La descripción que hace de la vida en la Franja de Gaza devela que lo que se terminó el 26 de agosto del año pasado son "los muertos de a miles, los que salen en las noticias", pero casi a diario hay "uno o dos muertos, 15 heridos, secuestrados".

Todos los días se escuchan disparos de artillería israelí, los aviones F16, el vuelo de los drones o simplemente el ruido de los generadores eléctricos que funcionan de manera permanente porque en Gaza los servicios aún no han sido restablecidos, el agua corriente es salada y las casas siguen en ruinas.

"A veces pasamos 10 horas sin electricidad, y en el 95% de la Franja tomar agua es como tomar agua del mar, porque así como Israel roba tierra y roba el gas, también roba los acuíferos, los perfora. Cuando el acuífero se vacía y se va toda el agua buena para Israel, empieza a entrar el agua de mar", aseguró.

El problema con el agua es grave porque además de estar salinizada, está contaminada, algo que repercute sobre una de las pocas actividades que los palestinos, aunque con límites, pueden desarrollar: la pesca.

La actividad está regulada por Israel, que les permite pescar dentro de una zona de 6 millas desde la costa, aunque Valeria asegura que a veces les disparan cuando están a 1,5 millas.

"Es una guerra psicológica. Es terrorismo bien planificado para mantener a la población atemorizada, lanzan bombas de una tonelada sobre sitios vacíos (...) porque si no los matan directamente de un bombazo, les matan la alegría de vivir, los niños están anulados de por vida", sostiene la activista mientras subraya que "un niño de 10 años de Gaza ya ha vivido 3 masacres".

La reconstrucción de las viviendas es mínima, de hecho la misma Unrwa (el organismo de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos) reconoce que apenas se reparó el 0,2% de las viviendas destruidas parcialmente y que hay 14.000 más completamente destruidas y aún quedan otras tantas por arreglar.

Además, detalla la trabajadora humanitaria, "tenemos una gran cantidad de gente que vive casi en la indigencia, una población ahogada por el bloqueo israelí, una tasa de suicidio que ha aumentado el 63%, un desempleo que es el más alto del planeta y una población obligada a vivir como mendigos".

Como la pesca en aguas contaminadas es escasa mientras que es común que los campos sembrados sean incendiados, la mayoría de la población subsiste "con unas cajitas de comida que reparte la Unrwa" a quien Valeria califica como "un instrumento de dominación".

"Porque implantan una población en el territorio palestino y luego dicen 'bueno vamos a darle limosna para amenazarlos y los llamaremos refugiados en lugar de palestinos'. Pero esta gente es palestina y tienen derechos: los que se fueron, al retorno; y los que están aquí, a vivir libremente", lanza verborrágica.

"Aquí no se puede salir, esta es una cárcel, no es un chliché, es un campo de concentración. Te subes el auto y es como estar en una pecera", asegura Valeria.

Según la activista argentina, "la única expectativa que tienen los palestinos es recuperar su tierra. Aquí no tiene nada que ver la religión, están matando palestinos porque quieren el territorio palestino, si hubieran querido tomar Argentina estarían matando argentinos".