Internacional, Saturday 21 de July de 2018

Las autoridades lusas analizan indicios que obligaron a reabrir el caso de Madeleine McCann, la niña británica desaparecida en 2007, y que aún no han dado resultados.

 

LISBOA, Portugal.- Diez años después de que la Justicia lusa archivase el caso de Madeleine McCann, la niña británica desaparecida en el Algarve en 2007, el misterio sigue abierto en Portugal, donde las autoridades analizan indicios que obligaron a reabrir el caso y que aún no han dado resultados.

La investigación avanza con total hermetismo por parte de la Policía Judicial y la Fiscalía portuguesa, que cerró hace una década el caso por falta de pruebas pero que, de forma inesperada, lo reabrió cinco años más tarde al encontrar nuevas pistas que aún estudian.

“No puede haber ningún tipo de balance hasta que la investigación esté concluida, es lo habitual”, comentó una fuente conocedora del caso a EFE para explicar el silencio de las autoridades, muy escarmentadas tras el mediático primer proceso.

La desaparición de “Maddie”, que se esfumó de la habitación en la que dormía junto a sus hermanos Amelie y Sean, apenas bebés, mientras sus padres cenaban con unos amigos a pocos metros de distancia, es una obsesión en Portugal, donde se dio carpetazo al asunto tras 14 meses de investigación que dieron la vuelta al mundo.

“No se han obtenido pruebas de la práctica de delito alguno”, concluía el 21 de julio de 2008 la Fiscalía en un lacónico comunicado en el que anunciaba el archivo de la causa, envuelta en polémica después de que los investigadores lusos señalaran como sospechosos a los padres de la niña, Kate y Gerry McCann.

El Ministerio Público acabó por librarlos de culpa a ellos y a un tercer sospechoso, el también británico Robert Murat, y evitó aclarar algunos aspectos que habían desatado las sospechas hacia el matrimonio McCann.

Por ejemplo, los vestigios de sangre y de presencia de un cadáver en su domicilio, ropa y efectos personales, así como en el maletero del automóvil que alquilaron después de perder a su hija.

La Fiscalía tampoco comentó en aquel momento los análisis de ADN realizados en el Reino Unido a esos restos, que según la Policía Judicial lusa tenían muchas posibilidades de pertenecer a la niña, ni si hubo testimonios contradictorios por parte de los padres o los amigos con los que cenaban la noche que Maddie desapareció.

Los investigadores guardaron silencio y dejaron las cuestiones en el aire mientras arreciaban las críticas, que tachaban su trabajo de poco minucioso y acabaron por convertir el caso en un trauma que los agentes nunca llegaron a olvidar completamente.

Por eso, en marzo de 2011 un pequeño grupo de policías de Oporto volvió sobre los pasos de los primeros detectives; se trataba de revisar todo desde el principio para, sin la presión mediática internacional que acompañó la primera pesquisa, “identificar información que pudiera ser profundizada”.

Así lo explicó la Policía Judicial en 2013, cuando se reabrió la investigación tras encontrar un nuevo hilo del que tirar entre la documentación acumulada del caso, que generó 12.000 páginas, además de 2.000 diligencias policiales, 500 búsquedas en la zona y casi veinte sospechosos.

No trascendió qué fue lo que encontraron los agentes de Oporto, cuya investigación corrió paralela a la que llevaba en el Reino Unido Scotland Yard, que llegó a divulgar el retrato robot de dos individuos que podrían haber sido testigos del suceso.

Lo que sí se sabe es que la zona del Algarve ha quedado marcada por la desaparición de Maddie, sobre la que nadie quiere hablar ya pero que genera periódicamente titulares en la prensa británica y portuguesa.

El más reciente de ellos llegó el pasado marzo, cuando se anunció que los detectives ingleses que investigan el caso recibirían 150.000 libras (170.850 euros) más para proseguir la búsqueda, un apoyo que llega un año después de que estos expertos dijeran que seguían una línea de investigación muy importante.

Mientras, en Portugal avanzan en silencio y sin presiones; nadie quiere otra polémica como la de Gonçalo Amaral, el comisario que acabó en un conflicto judicial con el matrimonio McCann por acusarlos de ocultar el cadáver de su hija después de que muriese por accidente, algo nunca demostrado.